martes, julio 20, 2010

Sobre la Solidaridad aún tenemos mucho que aprender


Escribo estas líneas con entusiasmo y esperanza. Creo que pocas veces en la vida tendremos la posibilidad de ser testigos de la forma en que una ciudad y un país se levantan para hacerse más grande, más fuerte y ojalá, más solidario.

Sobre esto último queremos conversar, pues Talca, Curicó, el Maule o Chile somos nosotros y lo que hemos sido capaces de hacer, pero adicionalmente, lo que hoy podemos ser capaces de construir.

En nuestra alma han quedado grabadas imágenes de dolor y desesperanza. Vivimos uno de los episodios más terribles de nuestra historia reciente, el que afectó nuestra infraestructura, comunicaciones, viviendas, comercio, industria. Es decir cada uno de nuestros logros como país. Aún nos emociona transitar por nuestras calles y apreciar el desolador panorama que se niega a volver a la normalidad.



Igualmente, debemos ser capaces de profundizar en los terremotos sociales y personales, y paralelamente, también en aquellos que han cambiado nuestra cultura y las instituciones de una sociedad cada vez más compleja.

Esta reconstrucción será larga y difícil, además no todos tienen la misma energía, entusiasmo y recursos económicos para “levantarse”. Análogamente, por diferentes situaciones, hemos perdido la confianza en algunas de nuestras instituciones que contradictoriamente reaccionaron desorganizadamente frente a la tragedia. Por otra parte, valoramos aquellas que reafirmando su misión, han sido creativas, eficientes y emprendedoras. Sin duda, los servicios y empresas que negligentemente actuaron inmediatamente después del sismo, presentarán superiores dificultades para recobrar la confianza social.

Adicionalmente, creo que nuestro afán por volver a la normalidad, trae consigo el olvido de algunos efectos. Hoy los damnificados sufren igualmente otras pérdidas. Junto a sus casas, han visto rotas sus redes y espacios públicos, en la zona costera del Maule muchas comunidades se han desintegrado debido a la tragedia. Se han derrumbado nuestros patrimonios sociales, aquellos lugares que desde nuestros ancestros han sido sitios de encuentro y reunión. Hoy nada es igual.

La reconstrucción de nuestra sociedad debe entonces apuntar hacia tres ámbitos, que significan requerimientos propios de los ciudadanos en tiempos de catástrofe. Primero, levantar el equipamiento de nuestras ciudades y pueblos, segundo robustecer la vida en comunidad y tercero, integrar la solidaridad en nuestras tareas cotidianas.

Sin lugar a dudas, el lector concordará conmigo en que uno de los principales aprendizajes de este sismo, es volver a reconocer que vivimos en comunidad y que las tareas que otros desarrollan son importantes para mi vida. Con sorpresa reconocimos a nuestros vecinos, con generosidad recibimos a los familiares y amigos damnificados, con empatía escuchamos el relato y la angustia de nuestros compañeros de trabajo, aplaudimos cuando llegó la luz y el agua a nuestras casas, con alegría vimos al camión recolector de basura. En fin, volvimos a lo esencial de nuestro paso por el mundo, abriéndonos a la solidaridad y valorando la ocupación que cada uno realiza.

En palabras del Santo Padre, nuestra vida en comunidad significa ser parte de un nosotros, por ello recordamos lo señalado en la Encíclica Spe Salvi: “esta vida verdadera, hacia la cual tratamos de dirigirnos siempre de nuevo, comporta estar unidos existencialmente en un “pueblo” y sólo puede realizarse para cada persona dentro de este nosotros”.

Este pueblo requiere hoy de una reconstrucción solidaria. Así como nos hemos empeñado en conocer las víctimas que dejó el sismo, también debemos esforzarnos en conocer los culpables de ciertas edificaciones colapsadas que fueron compradas con el sueño de la vivienda digna y de calidad. Así como nos hemos impactado con las cifras económicas de la reconstrucción, así también debemos ponernos al servicio del una nueva sociedad: fuerte en lo social, digna en lo material y enriquecida en lo espiritual.

Me ha impresionado mucho el relato de jóvenes amigos de un Techo para Chile (¡que gran ejemplo de empeño y solidaridad!) que cuentan que recibieron como donaciones bolsas de ropa sucia, o un bototo en lugar del par. Creo que esto es digno de análisis, pues realizar una acción de beneficencia no implica ordenar la casa y sacar aquello que ya no sirve. Estas campañas deben ser a parte de nuestra vida y nuestra capacidad de ser generosos y empáticos con el hermano que sufre.

Por eso escribo estas líneas, por eso me dirijo a ti amigo lector, que quedaste a oscuras por varios días, que perdió parte de su casa pero igual albergó a familiares, te escribo sobre todo porque quizá perdiste muchas cosas materiales, artefactos que te daban bienestar, te escribo porque quizá aún sientes pena y rabia. Te invito a mirar el paisaje, que por extraño que parezca, es parte de nosotros y nosotros parte de él. Ha cambiado, es cierto, como también ha cambiado el eje de nuestra existencia.

Has perdido parte de lo que habías ganado en la vida y eso duele. No se trata de aferrarse ciegamente a lo material, pero hoy nos cuesta recomponer los lugares y sitios que han dado vida a nuestras vidas: plazas, iglesias, escuelas, restoranes, etc. Estamos viviendo un duelo social, que breve o extenso, pasará a un estado de colaboración y reparación de largo plazo. Hoy tenemos la sensación, que apreciamos la vida de modo diferente, giramos más en torno a la unidad que reconstruye que al individualismo que nos habíamos acostumbramos, nos centramos en lo fundamental y no lo accesorio. Amigo lector, cuando veas que lo anterior es permanente, habremos visto nacer otro Chile, más solidario y generoso, más pobre en el ámbito material pero fortalecido en sus valores.
(Publicado en Revista Comunicando, Abril de 2010)

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