Lo que somos, lo nuestro, es producto de lo que hemos sido capaces de hacer

fin de año. En las vitrinas de nuestros centros comerciales ya aprecian los primeros signos de invitación a realizar las compras navideñas.
Entretanto, la campaña electoral comienza a crear un ambiente en nuestra sociedad, que le destina gran parte de su tiempo en televisión al desarrollo de las frases, slogans y propuestas de los diferentes candidatos. Frente a ello, hemos dicho en estas líneas la importancia de pensar en la oportunidad que tenemos por delante. Pensar a Chile y sus dificultades significa pensar en el aporte de cada uno y también de lo que queremos exigir a nuestros representados en la presidencia o en el congreso.
De este modo surge la pregunta: ¿Qué persona necesitamos para construir una sociedad nueva?
Vivimos en una sociedad que desconfía y teme del otro, requerimos personas generosas y entregadas. Transitamos por el mundo de la competencia y el trabajo individual, pero donde debemos esforzarnos por trabajar colectivamente y en equipo. Observamos un país deslumbrado ante los avances de la técnica, pero donde debemos retomar el valor de lo humano y las cosas simples.

Hace unas semanas nuestro Obispo inaugurando un Congreso en la Universidad Católica del Maule nos señalaba “que sólo el amor es capaz de transformar de modo radical las relaciones que los seres humanos tienen entre sí para acercarnos a los amplios y fascinantes horizontes de la justicia y del desarrollo huma¬no en la verdad y en el bien”, en este sentido, cuanto queda por hacer. Hoy por hoy, el ritmo del trabajo, la desconfianza en el otro, sumado a nuestra escasa vida en comunidad no nos animan a pensar colectivamente, tampoco a discutir los temas de futuro. Albergamos en nuestros hogares la idea que el país se desarrolla con el esfuerzo individual.
Los desafíos son mayores, pues nuestra vida transcurre a prisa, muchas veces con ruidos que no nos permiten escuchar el silencio, es más, dejamos que la sociedad hable por aquellos que gritan.
Debemos preocuparnos por nuestro entorno, para no delegar el curso de nuestra sociedad sólo en los líderes políticos, también como católicos poder hacer lo nuestro. Requerimos líderes, pero sobre ello nos indicaba el Padre Fernando Montes: “Hoy nos encontramos en una sociedad que, por el dominio de lo económico, nos da más medios que fines. Un líder es quien puede proponer fines y ordenar los medios para lograrlo”.
Las encuestas nos señalan que cerca de un 30% de la población aún no define su voto, en circunstancias que quedan pocas semanas para las elecciones, creo que debemos ser capaces de discernir adecuadamente entre las figuras que pretenden representarnos. Hoy escuchamos frases mediáticamente pensadas, pero muy poco del fondo de las propuestas, al respecto recordamos las palabras de nuestro Obispo: “ningún modelo económico o político servirá plenamente al bien común si no se apoya en valores fundamentales que respondan a la verdad sobre el ser humano”, hacia esto debemos caminar: una sociedad que vuelve la mirada hacia los valores más profundos, aquello que Monseñor Silva Henríquez llamó el alma de Chile.
Paralelamente, hoy podemos evidenciar con alegría y esperanza el hecho evidente de que en algunos ámbitos de la vida social se empieza a manifestar la participación comunitaria como un verdadero un signo de los tiempos. Poco a poco, va creciendo una convicción amplia de que debemos ser capaces de construir nuestro futuro teniendo presente la suerte del lugar donde habitamos. Si a nuestro país le va bien, tenemos mayor probabilidad que individualmente nos vaya bien.
Por último, tal como en la Oda al hombre sencillo de P. Neruda “voy a contarte en secreto quién soy yo, así en voz alta, me dirás quién eres”, la invitación es a desarrollar nuestras actividades cotidianas teniendo presente que la vida en comunidad es un llamado a trabajar por una sociedad nueva, que acoge a los excluidos y marginados y que también se esfuerza cotidianamente por integrar crecimiento y desarrollo.